En las entradas dedicadas a lo que he llamado juego dramático, hemos asumido la convención de juego en un espacio-tiempo único y, por tanto, los demás espacios-tiempo, por ejemplo, el que nos une como intérpretes al público durante la función, quedaban simplemente velados o llevados a un segundo plano.
Os propongo ahora zambullirnos precisamente en el teatro que integra multiplicidad de espacios-tiempo. En primer lugar, vamos a enfatizar que esto puede ocurrir ya desde el propio texto de la pieza, o que se puede imprimir sobre un texto con espacio-tiempo único a través de la propuesta escénica. Es decir, a cualquier juego, textual o escénico que proponga integrar multiplicidad de espacios-tiempo, lo llamaremos juego teatral no dramático.
Una de las primeras repercusiones que tiene la integración de espacios-tiempo diversos es que la presión sobre la situación dramática, si la hay, se ve relativizada por el resto de “situaciones”. Esta puede agravarse o distenderse y además hacerlo según cada sensibilidad (tanto actuante como espectadora) ya que, precisamente porque se producen múltiples interacciones entre las propias estructuras, las posibilidades de que el material tenga una lectura unívoca del material se reducen y el público de la función toma un rol más activo (no estará ya, o al menos no toda la función, mirando por el ojo de la cerradura, su presencia, más o menos evidente, será más relevante en el juego).
Si el juego dramático puro era un juego de suma cero, en que identificábamos una oposición en un compartimento estanco (espacio-tiempo único) y donde, por tanto, lo que una parte ganaba, la otra la perdía; el juego no dramático establece una suerte de meta-juego en el que cada uno de los espacios-tiempo se ve influido por el resto en un sistema complejo.
Así como el juego dramático puro se expresó en su esplendor en el naturalismo y el realismo de principios del s. XX y en mucho del cine que conocemos, el juego teatral no dramático lo encontramos en las fiestas y en los rituales, en las tragedias griegas, en Shakespeare, en todas las formas no naturalistas del teatro del s. XX, en los espectáculos en vivo de artistas como Madonna o Rosalía, en el teatro musical, en el circo contemporáneo o en el post-dramático alemán, por poner algunos ejemplos. La teatralidad supera la encarnación del conflicto desde el principio de los tiempos.
Personalmente, me costó mucho entender que el juego teatral necesitaba de algún modo de dos grandes grupos de técnicas y habilidades. A pesar de que en la escuela y en mi práctica profesional los usaba indistintamente, no había ordenado en mi cuerpo los muy distintos mecanismos que me piden como intérprete. Se han escrito ríos de tinta sobre el teatro dramático y sus técnicas, especialmente a lo largo del s. XX. El juego no dramático, sin embargo, se despliega a lo largo de tantos siglos y es tan diverso que, aunque haya un montón de información ahí fuera para aprehenderlo, su transmisión se remonta a la noche de los tiempos y solo más recientemente, empiezan a documentarse también de un modo más acorde a la naturaleza lúdica del propio hecho teatral, las prácticas de disciplinas escénicas no dramáticas. Propongo, en lo que estás a punto de leer, una suerte de clave de lectura o de integración de los conocimientos a los que he podido acceder en estos años con la intención de que puedas integrarlos según tu sensibilidad o práctica artística de un modo sistemático.
Voy a agrupar los conceptos que me parecen relevantes de tal modo que quede siempre un hueco para que añadas los que vayan apareciendo en tu práctica.
De entrada, los dividiré en dos grandes grupos: los de la escena y los del texto. Vamos a ello.