Para tomar consciencia del sesgo existente entre un mapa y el territorio al que se refiere, vamos a hablar de cómo articular el monólogo interior en una escena dramática.
¿Has sentido alguna vez que no puedes salir de las frases del texto ni en tu imaginación? Ahí estás pegade al mapa. Allí donde no hay palabras, sientes un vacío: el material te está pidiendo saltar al territorio.
Vamos a empezar pues “pegados al mapa”. Cuando esto ocurre, sentimos que entre el mapa y el territorio no hay diferencia alguna, pero a la vez, percibimos fragmentación, huecos. Se trata de un estado de déficit de presencia, que percibimos intermitente en lugar de continuo. Para salir de ahí te propongo reflexionar sobre la máxima del “todo está en el texto”. En efecto, el mapa se refiere al territorio y “todo” está en él para llegar a este, pero un mapa, incluso el más sofisticado, una suerte de google street view, falla en cuanto al ajuste al momento. Todo está en el mapa, en cuanto que mapa. Pero el mapa no es el territorio. Cuando vemos la imagen indicada en el mapa, esa imagen ya ha pasado, mientras que, en el territorio, podemos percibir un continuo fluido, sin cortes, al que podemos anticiparnos un instante porque se va abriendo ante nuestros pies. Cuando pisamos el territorio el momento no ha pasado, sino que surge ante nosotres.
Stanislavski y las muy diversas técnicas derivadas de su investigación, nos habla de actuar la escena en una secuencia de acciones físicas en un todo continuo, primero en silencio, luego con nuestras propias palabras y hasta que las palabras del texto sean las que efectivamente verbalizamos en la escena. Las palabras que decimos en la obra son entonces, de entre todas las que conforman el monólogo interior, las que se efectivamente verbalizamos. El texto es el mapa; el resto de las palabras no verbalizadas, de sensaciones y pensamientos que impulsan la vivencia, sumadas al texto, son el territorio.
Para empezar a despegarte del texto, te propongo hacer la siguiente práctica. Empieza por usar el texto solo como referencia, como un mapa, de lo que está pasando en la escena. Personalmente me sirve pensar que veo la escena desde lejos y que tengo que identificar en el territorio, las figuras principales que aparecen indicadas en el mapa, como cuando busco un chaflán, un establecimiento o un edificio determinado en un mapa para situarme. Vuelve a las personas que intervienen en la escena: ¿Qué están haciendo? Me resulta más fácil, con la distancia, reconocer las figuras. Empieza por lo más obvio: están de acuerdo (cooperan) o en desacuerdo. Después de hacerlo, encarna uno de los roles y desarrolla un monólogo de acciones físicas y si lo sientes, de palabras, sin pensar aún en los detalles. Esto es muy importante: háblate en la situación como te hablas (con tus propias palabras) y muévete como te mueves tú, en la vida cotidiana. Deja que el material nuclear, la situación dramática, te mueva primero a ti, tal como eres. Poco a poco verás la diferencia entre la reacción, si la hay, entre tú y el personaje. Puede haber una diferencia enorme entre las acciones que escogerías tú y las descritas en el mapa de un determinado personaje, pero solo tú tienes la capacidad (física) de pisar el territorio, por lo que te propongo que empieces por centrarte en lo que os une. Ya ves que te invito a pensar en el personaje no como en algo que preexiste y a lo que debes “parecerte” sino como un mapa para que seas tú quien pueda habitar el territorio. De hecho, cualquiera que transite el territorio será el personaje, siempre que el mapa no le contradiga directamente. El mapa opera solo, pues, como límite. Y con un mismo mapa y trayecto caben tantas vivencias como personas y momentos los habiten. Me gusta incluso ajustar las palabras a esta idea: le llamo rol a lo que está escrito en el texto, en el mapa, y personaje a la persona (actuante) que transita el territorio vivo de la escena.